jueves, 20 de noviembre de 2008

Un Manifiesto Ateo Parte I

Manifiesto: (sustantivo masculino) una declaración pública de intenciones.

An Atheist Manifesto por Sam Harris (2005)
Traducción Juan Valenzuela

En algún lugar del mundo un hombre ha secuestrado a una pequeña niña. Pronto él la violará, torturará y matará. Si una atrocidad de este tipo no está sucediendo en este preciso momento, sucederá en unas horas, o a lo mucho días. Tanta es la confianza en las leyes estadísticas que gobiernan las vidas de 6,000 millones de seres humanos. Las mismas estadísticas también sugieren que los padres de la niña creen que en este preciso momento un dios todopoderoso y todoamoroso está cuidándolos a ellos y su familia. ¿Están en lo correcto en qué crean esto? ¿Es bueno qué crean esto?

No.

La totalidad del ateísmo está contenido en esta respuesta. El ateísmo no es una filosofía; no es siquiera una forma de ver el mundo; es simplemente un rechazo a negar lo obvio. Desafortunadamente, vivimos en un mundo en el cual lo obvio es pasado por alto como por cuestión de principios. Lo obvio debe ser observado y re-observado y defendido. Este es un trabajo ingrato. Viene con un aura de petulancia e insensibilidad. Es ante todo, un trabajo que el ateo no quiere.

Vale la pena hacer notar que nadie nunca necesita identificarse a si mismo como un no-astrólogo o un no-alquimista. Por consecuencia, no tenemos palabras para describir a personas que niegan la validez de estas pseudo-disciplinas. Así mismo, el ateísmo es un término que ni debería existir. El ateísmo no es más que el ruido que la gente razonable hace en la presencia del dogma religioso. El ateo es apenas una persona que cree que los 260 millones de estadounidenses (87% de la población) que asegura nunca dudar acerca de la existencia de dios deberían estar obligados a presentar evidencia de su existencia y, por supuesto, de su benevolencia, dado la incansable destrucción de seres humanos inocentes que presenciamos en el mundo diariamente. Solamente el ateo aprecia que tan extraña es nuestra situación: La mayoría de nosotros cree en un dios que es tan dudoso como los dioses del Monte Olimpo; ninguna persona, sin importar sus cualidades, puede buscar un puesto público en los Estados Unidos sin pretender estar seguro que dicho dios existe; y mucho de lo que pasa como políticas públicas en nuestro país se ajusta a los tabús y supersticiones religiosos apropiados para una teocracia medieval. Nuestra situación es de extrema pobreza, indefensible y aterradora. Sería hilarante si no fuera porque las consecuencias son importantísimas.

Vivimos en un mundo donde todas las cosas, buenas y malas, son finalmente destruidas por el cambio. Padres pierden a sus hijos e hijos a sus padres. Esposos y esposas son separados en un instante para no verse jamás. Amigos se despiden con prisa sin saber que será por última vez. Esta vida, cuando es vista con una perspectiva amplia, presenta poco más que un vasto espectáculo de pérdida. Sin embargo, la mayoría de la gente en este mundo imagina que hay una cura para esto. Si vivimos correctamente - no necesariamente éticamente, pero dentro de un marco de ciertas creencias antiguas y comportamientos estereotípicos - tendremos todo lo que queremos después de que muramos. Cuando nuestros cuerpos finalmente nos fallen, solamente nos deshacemos de nuestro lastre corporal y viajamos a una tierra donde somos reunidos con todos los que amamos mientras vivíamos. Por supuesto, gente sobre racional y otra gentuza serán dejados fuera de este lugar feliz y aquellos que suspendieron su incredulidad mientras vivían serán libres para disfrutar para toda la eternidad.

Vivimos en un mundo de sorpresas inimaginables -- desde la energía de fusión que ilumina al Sol hasta las consecuencias genéticas y evolutivas de estas luces bailando por mucho tiempo sobre la Tierra -- y aún así el Paraíso se ajusta a nuestras preocupaciones más superficiales con todos los detalles de un crucero por el Caribe. Esto es asombrosamente extraño. Si uno no tuviera idea, uno pensaría que el hombre, por su miedo a perder todo lo que ama, ha creado el cielo, junto con su dios como portero a su propia imagen.

Consideren la destrucción que el Huracán Katrina llevó a Nueva Orleans. Más de mil personas murieron, decenas de miles perdieron todas sus posesiones terrenales y cerca de un millón de personas fueron reubicadas. Es seguro decir que casi toda persona que vivía en Nueva Orleans al momento que Katrina golpeó creyeron en un dios omnipotente, omnisciente y compasivo. ¿Pero qué estaba haciendo dios mientras el huracán despedazaba su ciudad? Seguramente escuchó las plegarias de esos ancianos y ancianas que huyeron de las crecientes aguas a la seguridad de sus áticos solamente para luego ahogarse lentamente. Éstas eran personas de fe. Éstas eran hombres y mujeres buenos que rezaron durante toda su vida. Solo el ateo tiene el valor para admitir lo obvio: Esta pobre gente murió hablándole a un amigo imaginario.

Por supuesto hubo una amplia advertencia que una tormenta de proporciones bíblicas golpearía Nueva Orleans y la respuesta humana al inminente desastre fue trágicamente inepta. Pero fue inepta solamente debido a la ciencia. Advertencias anticipadas del rumbo de Katrina fueron arrancadas de la muda Naturaleza por cálculos meteorológicos e imágenes de satélite. Dios no aviso a nadie de sus planes. Si los residentes de Nueva Orleans hubieran dependido de la beneficencia del señor, no se habrían enterado que un huracán asesino se les venía encima hasta que sintieran las primeras ráfagas de viento en sus caras. Aún así, una encuesta llevada a cabo por The Washington Post arrojó que 80% de los sobrevivientes de Katrina aseguran que el evento solamente reforzó su fe en dios.

Mientras que el Huracán Katrina devoraba Nueva Orleans, cerca de mil peregrinos Shiite fueron aplastados en un puente en Irak. No puede haber duda que estos peregrinos creían fervientemente en el dios del Corán: Sus vidas estaban organizadas alrededor del indiscutible hecho de su existencia; sus mujeres caminaban tapadas ante él; sus hombres regularmente se mataban unos a otros por interpretaciones conflictivas acerca de su palabra. Sería increíble si un solo sobreviviente de esta tragedia perdiera su fe. Lo más probable es que los sobrevivientes imaginen que fueron salvados por la gracia de dios.

Solo el ateo reconoce el incontenible narcisismo y auto engaño de los salvados. Solo el ateo se da cuenta de que tan moralmente objetable es que un sobreviviente de una catástrofe piense que fueron salvados por un dios amoroso mientras que este mismo dios ahogo infantes en sus cunas. Por negarse a cubrir la realidad de un mundo en sufrimiento con una fantasía de vida eterna, el ateo siente en sus entrañas cuan preciada es la vida--y realmente, cuan desafortunado es que millones de seres humanos sufran las más desgarradoras abreviaciones de su felicidad sin ningún buen motivo en lo absoluto.

Uno se pregunta que tan vasta e injustificada debe ser una catástrofe para sacudir la fe del mundo. El Holocausto no lo hizo. Tampoco el genocidio en Rwanda, incluso con los sacerdotes macheteros entre los perpetradores. Cinco millones de personas murieron de viruela durante el siglo XX, muchos de ellos niños. Los métodos de dios son realmente misteriosos. Parece que cualquier hecho, sin importar cuan desafortunado, puede ser compatible con la fe religiosa. En cuanto a cuestiones de fe, nos hemos lanzado fuera de la órbita de la Tierra.

Por supuesto la gente de fe regularmente se aseguran uno al otro que dios no es responsable por el sufrimiento humano. Pero entonces, ¿cómo podemos entender el alegato de que dios es omnisciente y omnipotente? No hay otra forma y es tiempo de que los seres humanos cuerdos afrontemos este hecho. Claramente, éste el eterno problema de la teodicea y deberíamos considerarlo solucionado. Si dios existe, no puede hacer nada para frenar las calamidades más trágicas o bien, no le importa. Por lo tanto, dios es impotente o malvado. Ahora los lectores devotos ejecutarán la siguiente maniobra: Dios no puede ser juzgado con meros estándares humanos de moralidad. Pero por supuesto, estos estándares humanos de moralidad son precisamente lo que los devotos usan para establecer las bondades de dios en un principio. Además, cualquier dios que pueda preocuparse con algo tan trivial como el matrimonio homosexual, o el nombre por el que es llamado en los rezos, no es tan misterioso como todo lo anterior. Si él existe, el dios de Abraham no es solamente no merecedor de la inmensidad de la creación; él no es merecedor del hombre.

Por supuesto, existe otra posibilidad y es al mismo tiempo la más razonable y la menos odiosa: El dios bíblico es ficticio. Como ha observado Richard Dawkins, todos somos ateos con respecto a Zeus o Thor. Solamente el ateo se ha dado cuenta que el dios bíblico no es diferente. Por consecuencia, solo el ateo es lo suficientemente compasivo para tomar la profundidad del sufrimiento en el mundo con valor nominal. Es terrible que todos muramos y perdamos todo lo que amamos; es doblemente terrible que tantos seres humanos sufran innecesariamente mientras están vivos. El hecho de que mucho de este sufrimiento pueda ser atribuido directamente a la religión -- a odios religiosos, guerras religiosas, falsas ilusiones religiosas y desviaciones religiosas de recursos escasos -- es lo que hace al ateísmo una necesidad moral e intelectual. Sin embargo, es una necesidad que ubica al ateísmo en los margenes de la sociedad. El ateo, por tan solo estar en contacto con la realidad, parece vergonzosamente fuera de contacto con la vida de fantasía de sus vecinos.

Sigue leyendo: Parte II